-Estaré encantado…- y en ese momento un pedazo de hielo se derritió en su interior. Lo sentió fundirse, perder consistencia, volverse líquido, calentarse y unirse con su sangre para circular y llevar un cálido mensaje por todo el cuerpo. Ahora sentía menos frío, el ritmo de la aventura avanzaba y hubiera salido a la calle para hacerle saber al mundo que allí veían a una persona que hacía tiempo vivía escondida en él. Y sentía que podía dar calor a toda la gente que vivía un eterno invierno, como un sol que hubiera adoptado la misión de un Mesías.
Todavía quedaba mucho por soñar y tanta orilla que dejar marcada.

3 comentarios:
¡Qué sensación de frescor me dan la foto y tus letras!
Venir aquí es olvidar por un momento los ruidos de la ciudad. He leído todo lo que llevaba atrasado y me voy con el olor a arena mojada, a sal y a vida.
Un beso, Joan.
Hay veces que uno debe dejarse llevar, y disfrutar, y ese hielo, una vez derretido, no vuelve a solidificarse. Tenemos derecho a soñar, y a hacer realidad nuestros sueños.
Un beso.
Muy sugerente la foto, y el paseo por la orilla.
Rocío, sabes que me encanta verte pasear por mi playa y que te vayas llena de energía porque así lo siento yo cuando cruzo la costa y voy a dar con la tuya. No dejemos de respirar esos olores nunca. Un beso!
Adriano, tomaré nota. Es sólo que a veces los sueños se rebelan y quieren volverse realidad, dejando su vaguedad atrás por formas más concretas.Y eso asusta porque no saben qué dirección van a tomar ni si van a cruzarse con las realidades de otro. Un poco como las huellas que yo dejé en la arena de la foto y que ya deben haberse borrado.
Un beso!
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