sábado, 25 de octubre de 2008

MI PEQUEÑO DESIERTO, MI ÚLTIMO VIAJE

Cada día, para llegar hasta el trabajo, he de cruzar un pequeño desierto que separa mi hotel de la oficina. No es un desierto metafórico, en Bahrain las metáforas se secan ante una realidad de centígrados.

El primer día mis zapatos, negros y recién limpiados, acabaron cubiertos con una pequeña capa de niebla que no llamaba nada la atención entres los transeúntes del centro comercial, pero sí entre mis compañeros aleatorios de trabajo.

Cada día, cuando llego, se divierten a mi costa por mi fijación de querer cruzar caminando la única calle que separa los dos edificios, aunque para ello deba caminar durante tres minutos por mi ya adquirido y pequeño desierto. “Deberías coger un taxi”, recomiendan. Y sería lo más común ya que nadie camina por las calles (si a calles entendemos una carretera que corta otros desiertos en dos o cuatro).

Pero no es cabezonería. No han entendido que en ese desierto, en esos tres minutos, yo consigo dejar mis huellas sobre la arena y lo mejor, sobre mi mismo.

La arena, blanca y asfixiante, milimétrica. Si se levanta un poco de viento le gusta jugar a dar vueltas y recrear un pequeño tornado para más tarde lanzarse al ataque y resecar mi piel.

Los labios, tensos. Los ojos a medio abrir.

Avanzar a veces es como no moverse del sitio, el horizonte gusta de hacer malabarismos con los efectos ópticos y muchas veces no consigo divisar el asfalto. Y se crea ese vacío donde uno ha de decidir cuál va a ser su meta.

Qué fértil es el vacío, sobretodo cuando no hay con qué compararlo.

Con una segunda capa de calor y polvo consigo dar entre tanto espacio con mi ubicación. Lanzo esos parámetros en la próxima duna, saberme perdido aviva mi sensación de aventura. De nuevo el golpe de calor y el silencio. Sobretodo el silencio, al que tan poco estamos acostumbrados.

Sólo aquí consigo oírme, saber que fue de mí. Y en la más absoluta planície desértica florecen los brotes de algo que más tarde decidiré llamar una nueva etapa.

No más espejismos, no más apuntalar la tienda bajo el vasto cielo de arena esperando que una avioneta juegue a dejar pedazos de nube como señuelo.

Detrás de un paso siempre viene otro. Y si uno consigue girar la vista, verá los pasos borrados detrás de él. Y no es que se encuentre perdido. Mi pequeño desierto es sabio. Borra las huellas para no tener tentación de deshacer esta odisea, supo por Kavafis que el conocimiento viene a través de la travesía, que lo importante es el viaje.

Aunque sea de tres minutos.


P.S. a todos los que habéis notado mi ausencia y me lo habéis hecho saber, mil disculpas!! sigo en estado de excepción, por problemas técnicos más que nada. Dejar hoy una huella aquí lo debo agradecer a un momento pirata :) En una semana espero estar de vuelta y poder leeros. Se echa de menos.