No había búsqueda pero notaba su ausencia (salvo algunas veces, mientras tomaba café con el mar); para suplantarla escogí columnas de letras nobles y sicarios de músicas verbales, alternando indiscriminadamente con cualquiera de mis ya conocidos de la generación del 27. Cernuda con su “La realidad y el deseo”, Lorca y sus laberínticos “Sonetos del amor oscuro”, etc. Pero algo faltaba como siempre que uno decide en la vida apostar por lo auténtico.
Quién iba a decir que a mi regreso a la ciudad que hace un tiempo tuvo la bondad de sanar mis ritmos vitales, hacerlos más distendidos para comprender el olor que se esconde tras un paseo a media tarde por el puerto, me sorprendería de nuevo con un gesto de complacencia y el objetivo de que la quisiera todavía más.
En primera instancia su presencia se me había antojado seria, una más, cerrado como había llegado yo entre contracciones y empujones de ciudades frenéticas. Pero comenzó el paseo y los matices se manifestaron caóticos y burlescos para llamar mi atención.
Mientras hablábamos, su figura se deslizaba entre promesas de dos tiempos, uno presente, otro pasado, como si por algún sortilegio todas las almas del 27 que por allí pasaron (Lorca, Cernuda, Bello, Altolaguirre) hubieran confluido en la forma antropomórfica genuina de sus ideas.
Ojos que llamaban la atención en las formas que dibujaban sus gestos, ojos protectores, amigos, de un oscuro que calentaba el alma con sólo recibir su paseo en los míos. Sé que quizás no hablaban un mismo idioma pero nunca la poesía se había parado a pensar en la forma de manifestarse. Y esta era su explosión como la primavera que nunca acababa de llegar.
Los gestos, prendidos de su piel, delataban los años que llevaban gestando batallas sin renunciar a la inocencia –a veces escondida, otras veces negada- de un niño que todavía no quiere irse a la cama aunque esté cayendo de sueño. Gestos que prensaban abrazos, abrazos que jugaban en corro alrededor de nuestra mesa mojada por inciensos de madera y un toque canela. Y el agua caliente soñando vapor.
De sus labios volví a conocer los ritmos que nacen de las entrañas de la misma tierra, amor primitivo que muere para volver a nacer, una Deméter rediviva en ideas galopantes y transpapelada a tiempos más modernos. Labios que jugaban con cadencias lentas a saberse escuchado hilvanando historias unas con otras para hacer una colcha que cubriera mi desasosiego al haber refrescado las últimas horas de la tarde.
Quizás no lo supo, pero la hoguera del descubrimiento se alzó orgullosa con ánimos de dar calor a todo cuanto nos rodeara y de dulcificar con carícias de fuego la música que iba despertando a su paso.
Su olor, atemporal pero con trazos de casta guerrera, iba acelerando el ritmo de timbales sin que se preparara una batalla; era más bien una bienvenida, desfiles de dulces bailes y soles, todos engarzados para formar lo que llamamos vida. Vida por respirar, por creer cuando ya dimos esa poesía por perdida, por encontrarla en las pequeñas arrugas que marcan los ojos cuando sonríen. Muchos etiquetarían pero nunca darían con la palabra. Mejor que sigan bailando al son de otros ritmos.
Cuando marché exhausto, cuando conseguí calmar las voces del pasado que me habían arrastrado por ese pequeño descenso hacia la Isla de los Bienaventurados, pude constatar que en el mundo queda poesía.
Y por ello respiro tranquilo.
http://www.youtube.com/watch?v=RIZSPwKY75w